Mandan los cánones, desde L’avare de Molière hasta el Buscón Don Pablos de Quevedo, que cualquiera que porte de forma continuada una pluma o un teclado debe hablar sobre el avaro. Seguro que muchos lo han intentado, algún imbecil arrogante e iletrado como yo y otros como Quevedo, con palabras más punzantes que su daga.
El rata, el avaro y el miserable, amigos los tres, caminan juntos, como caballos del Apocalipsis. Intercambian sus virtudes, cual trilero un garbanzo... Pero ¿qué estoy haciendo? estos no son ya los tiempos de Quevedo, ya no nos batimos en duelo a espada ni navaja (bueno, en Madrid sí, pero es que somos muy clásicos). Ya no atan los miserables sus pantalones con cuerdas, que ahora todos somos muy dignos y vemos la televisión. El que más y el que menos lleva su ropita de marca, sus piercings y mastica chicle mientras habla.
Y las cosas cambian, oigan (es que he estado leyendo a Reverte y tenía que decir lo de oigan), pero no mucho. Y si antes había tascas de medio pelo donde los forasteros salían a empellones con los bolsillos aligerados, un recuerdo en el culo y las gracias; ahora, más pudientes, sí que se le va a hacer, abundan las cadenas de bares, donde ponen música y nos creemos que somos gente con clase. También allí van los tres tacaños, que por ratas no nos privaremos, ni penurias pasaremos. Y mientras pasan el rato, no se hacen ni caso, porque hablan y no oyen. Son viejos jugadores, estudian al adversario y cada cual busca una excusa para cargarle el muerto de la receta al compadre. El de la Hermandad del puño cerrado dice haber pagado las últimas. El mezquino, cuando la cuenta asoma, siente oportuna indisposición y el tercer roñoso siempre recibe una llamada al móvil. A veces no tienen cambio y otras olvidaron su cartera. Otras veces no quieren nada y beben del vaso de todos. Suele ser el avaro un tipo delgado y ojeroso, agarrado pero vicioso y siempre dispuesto a tomarse algo a tu cuenta. Experto en las artes de la indignación, cuando lo debido se le reclama, y con frecuente cambios de humor, pues pronta es su recuperación cuando una nueva ronda aparece de las sacas ajenas. Siempre se va antes de tiempo y no pasa a saludar hasta que la ración ha llegado. A sus ojos todos son amigos, prolijo en abrazos y locuaz como pocos. Sobrio al pedir pero voraz al tomar. Proclive al peloteo y experto en amagar con el dinero a la hora de apoquinar. En los botes siempre es abstemio y en los bares siempre saca la cartera cuando el prójimo ya se despide del billete. Entiende las deudas como favores. Lo prestado lo toma por regalo y lo agradece con devoción, buscando siempre la no devolución.
Vaya, un tipo que piensa que ser moroso es profesión.
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6 comentarios:
Prefiero de estos en los bares,
que ante tanto avatares, de la vida cotidiana; no se quedan a mediana en esos dichos bares...
DOn Francisco de Quevedo y su valentón:
Un valentón de espátula y gregüesco,que a la muerte mil vidas sacrifica,
cansado del oficio de la pica,
mas no del ejercicio picaresco,
retorciendo el mostacho soldadesco,
por ver que ya su bolsa le repica,
a un corrillo llegó de gente rica,
y en el nombre de Dios pidió refresco.
Den voacedes, por Dios, a mi pobreza
-les dice-; donde no; por ocho santos
que haré lo que hacer suelo sin tardanza!
Mas uno, que a sacar la espada empieza,
¿Con quién habla? -le dice al tiracantos-,
¡cuerpo de Dios con él y su crianza!
Si limosna no alcanza,
¿qué es lo que suele hacer en tal querella?
Respondió el bravonel: ¡Irme sin ella!
Daría yo hasta el zurrón,
si con tantas artes y cualidades,
me pidiese unos cuantos denares,
semejante bravucón.
Mas fue Saavedra el recuadador,
y no el miope de Quevedo,
el autor de tal enredo,
mostrando su valor
¡Oh Quevedo! ¡Oh Saavedra!
Soy un pecador del verso, y de la historia un perverso, al no conocer vuestra obra; y os pido perdón de primera, el no poder rimar "Saavedra".
Y no tomeis como un insulto,
este verso tan inculto, que proviene de un malversado, cuyo fin es dejar aclarado, la autoría de aquel valiente.
¡Y gracias alter ego!, ya no tendré más culto ciego, a San Google el buscador, que me ha dicho del valentón, ser hijo de Quevedo.
Menudo par sois! Seguid, por Dios, que al populacho entretenéis, y huelga decir que a mí también, dama de vuestra merced, alter ego invéntame, baña con versos como estos mi pincel, de modo que si de amor es el papel, palabras agudas broten en él, como las rosas de mi jardín real donde tantas veces te encontré
Pardiez que tan bellas palabras no pueden brotar sino de noble boca. Pongo mi pluma y mi espada
al servicio de vuestra merced,
y quiera Dios y el Destino
que crucemos nuestros caminos antes de que caiga la noche.
Pues no pocos peligros cobija,
el palacio de las torrijas.
Que vuestra alcoba está a desmano, y tres incisivos ya he cedido,
en el intento nocturno y baldío, de trepar con el escudo, la lanza y la armadura de 30 kilos,
el endemoniado muro.
Por que no:)
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