De los políticos el más leal es un rufián. Ninguno sabe lo que significa honestidad.
El buen político es charlatán, amigo de la mentira, embustero y holgazán. Ni el honor ni la vergüenza entran en su cabeza. El cargo público engorda su botín y usa pantalones con bolsillos sin fin.
El político de carrera es un trepa por naturaleza, un pelota, una rastrera comadreja. Reniega de la consejería de cultura como si fuera una maldición, y abraza al urbanismo con las manos abiertas y los ojos llenos de ambición. A Roca lo tienen en un altar y es su guía espiritual. Amigo de constructores, les cobra buenas comisiones, pero como todos hinchan la saca, a la fuerza se callan. Comen como gorrinos, del cerdo tienen las hechuras y se mueven con soltura entre toda esa basura. Su buche no encuentra final. Beben hasta vomitar y con el dinero común iluminan los clubes de la Junquera a Gibraltar. Y de coca, un tirito antes de cada sermón, que hay que estar a tope para la ocasión.
El político nacional, del bien común nunca oyó palabra y la escuela, ni pisarla. Mataría por una foto y por una portada, es experto en hablar y no decir nada. Idiomas no conoce ni falta que le hace, para trincar un buen jornal no hace falta estudiar. Expropiar y recalificar son palabras que le hacen gozar. Por el voto de las minorías, a su madre prostituiría. No sabe lo que significa dimisión, y si las cosas van mal pide una comisión. La cara tiene de hormigón y las espaldas como un camión. Cuando alcanza el poder, lo abraza con fervor religioso, jura y promete y cuanto toca envilece. Su ley es el cohecho y de problemas no sabe nada. Cobra al contado y cuando toca apoquinar, hincha el trapo y rola a escapar. Pide moderación cuando aparece en televisión, pero el muy cabrón qué bien vive a costa de la recaudación.
miércoles, diciembre 27, 2006
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