martes, enero 16, 2007

Percepción, acción, excusa

 Seguro que si alguien nos pregunta qué hemos hecho en la última hora y por qué, en caso de recordarlo, diremos algo. Daremos algún tipo de razón. Incluso si te preguntan por qué estás leyendo este blog, darás una razón (en este último caso lo más probable es que alguien te haya obligado bajo amenaza de muerte). Y lo cierto es que tenemos razones para todo. Cuanto más inteligentes somos, más rápido generamos razones… o excusas. Mucho me temo que la mayor parte de las ocasiones, son excusas. De hecho gastamos un montón de esfuerzo en justificar nuestros comportamientos cuando son puramente irracionales. Las decisiones tanto en el ámbito profesional como en el personal surgen con enorme frecuencia fruto de apetencias y gustos. Los directivos malgastan ingentes cantidades de tiempo en formalizar excusas para sus decisiones, los empleados en criticar las ideas peregrinas de sus jefes y sustituirlas por otras más peregrinas aún y las mujeres en intentar convencer a los hombres de que hay colores que conjuntan mejor con otros.
El proceso que nos mueve suele ser el de percepción, acción y excusa, mucho más que el de percepción, evaluación, razonamiento, motivación y acción. Las acciones van por delante y eso hace que actuemos más rápido, más veces y más instintivamente de lo que pensamos. Seguramente también de forma más eficiente, en primer lugar porque si tuviésemos que justificar previamente todo lo que hacemos y no sólo cuando nos lo preguntan acabaríamos por no hacer nada, debido al aburrimiento y al esfuerzo desproporcionado que supone pensar concienzudamente cada pequeña acción. La mayoría de nuestras acciones diarias son mecánicas: comer, beber, ir al trabajo, coger el bus, hablar con tu mujer, fregar los platos. En el ámbito laboral ocurre lo mismo, hay una serie de procesos que bien son automáticos, bien los hacemos así porque sí. De hecho, en casi todas esas tareas, el resultado de hacerlas de una manera u otra es el mismo. Sin embargo, nos empeñamos en justificar nuestra forma de hacer las cosas y si hay que decidir entre varias propuestas, se suele llevar el gato al agua quien mejor argumenta o expone y no quien mejor y más razonable idea tiene.
Piensa en por qué estabas delante de la nevera, hoy has comido pasta, has elegido ese camino para ir al trabajo, lees el blog a esta hora, llevas puesta esa camiseta o sales con esa chica. ¿Lo has pensado bien? ¿Lo has pensado alguna vez? ¿Fue una decisión racional o buscaste una excusa después? ¿Por qué intentas justificar lo que haces si ni siquiera tú lo sabes?
Y me pregunto finalmente, ¿por qué estaré escribiendo esto?

2 comentarios:

Miriam (flxt) dijo...

2 ideas que saco de este post: la primera es que sí es totalmente cierto que hay colores que combinan mejor entre sí que otros. Yo no me molesto en convencer a nadie, pero es como vivo y como visto, jeje.
La segunda enlaza con un libro de Schopenhauer: el arte de tener razón. En él dice que no tiene razón quien dice la verdad, si no quien mejor argumenta "su verdad", como tu has dicho.
Y porqué has escrito esto? pues...pues porque sí! Tampoco es necesario saber porqué, no?

alter ego dijo...

Lo de los colores para mí está por demostrar, je, je. Por otro lado, el buen gusto es lo más repartido del mundo, pues todo el mundo cree tenerlo.
Además de con Schopenhauer, también enlaza con las versiones de programación en robótica más exitosas y cuyos mayores exponentes están en el MIT. Parece que simplificando al máximo las reglas de aprendizaje y actuación los robots se caen menos por las escaleras, bailan mejor y se deprimen menos.
Por cierto que tus lecturas de Schopenhauer explican algunas cosas, como un post tuyo titulado Desidia.
Un saludo