Esa mañana hacía frío. Era un 6 de Enero y durante aquella noche no pude dormir bien. Me despertaba cada pequeño ruido, cada crujido de la madera en la planta de abajo. Había rezado a Dios para que convenciese a SSMM los Reyes Magos de traerme aquello que había pedido. Cumplía 5 años esa primavera. Me levanté rápidamente y luego volví a la cama sin hacer ruido. ¿Y si se habían olvidado esta vez?, ¿y si no tuvieron tiempo de pasar por mi casa?
Era temprano y no oía nada en las casas de al lado. Ningún niño reía, nadie gritaba emocionado. Nadie regruñía por el imperdonable error de los Reyes. Tal vez fuese mejor esperar un poco y darles tiempo para llegar. No, sería inútil, todo el mundo sabe que no vienen durante el día y ya había amanecido. Casi tembloroso abrí la puerta de mi habitación. Escuché que mis padres hablaban en la cocina. Los regalos siempre llegaban al salón porque la ventana era mayor que el resto de la casa. No pude más y eché a correr escaleras abajo. Entré como una bala por el umbral de la puerta. Miré a la ventana, el vaso de leche para los camellos estaba vacío ¡bien! En la tableta de turrón para los Reyes había desaparecido un buen cacho y ahí estaban los regalos. Había dos. Yo pedí dos cosas, frenando mi iniciativa inicial a consejo de mis padres. Me recordaron que tenía que haber regalos para todo el mundo. No entendía por qué, si eran magos, no podían hacer tanto regalos como se les demandase. Concluí que tenía que ser alguna cuestión logística (con un camello por barba la noche tenía que ser difícil) o por no abusar. Los desenvolví con una mezcla de terror y excitación.
¡Allí estaban! Justo lo que había pedido. No cabía duda, eran mágicos. Mi disfraz de indio, con su hacha, sus plumas, sus flechas y su arco. El otro era un juego de piezas para construir. Un Tente. La estación espacial. Estaba loco de alegría, tuve la obligación de salir corriendo por el pasillo, gritando: ¡papá, mamá, han venido! Ellos me miraron con cara de sorpresa, aparentemente no sabían de que estaba hablando. Seguramente no habían pasado por el salón y no lo habían visto. Es posible que ni siquiera se acordasen de qué día era ese. No me lo podía creer. Los arrastré a tirones hacia el salón para que viesen los regalos mágicos que habían llegado. Yo miraba los papeles de regalo de colores, tan bonitos y tan brillantes. Ellos me miraban a mí. Un poco emocionados. Parecía que no les importaba mucho los regalos o no les parecían muy bonitos porque sólo me miraban a mí. Tuve que cogerlos y llevárselos en mis manos para que los mirasen. Por fin reaccionaban. Me dijeron que eran muy bonitos, que me probara el disfraz a ver que tal me quedaba. Yo sabía que no hacía falta, ¿cómo iban a equivocarse en la talla? Mamá tenía unas cosas…
Durante ese día y muchos más los atormenté con mi hacha de plástico y mis gritos indios. Esquivaban como podían las flechas mientras hacían la comida o veían la tele. Todos respiraron cuando me puse a construir la estación espacial. Me llevó unos cuantos días terminarla.
Entonces no sabía lo que significaron aquellos regalos en mi familia. Hoy lo sé y ahora esos regalos me hablan de generosidad, amor e ilusión.
¡Qué tengan buen viaje, SSMM!
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1 comentario:
Yo creo que, conforme vamos añadiendo primaveras a nuestro calendario, muchos daríamos todo el oro del mundo por guardar siquiera una pizca de la enorme ilusión, inocente y gratuita, que sentíamos aquellas mañanas del 6 de enero...
Que sigáis siendo un poco "niños" por muchos años... Nunca está de más guardar un poco la capacidad de sorprenderse y sorprender.
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