Niños y hombres conviven en los mismos cuerpos. Unos sueñan por la diversión, por la alegría y otros luchan por el deber, por el poder, por el dinero. Pelean entre ellos y nos hablan, de noches largas y amores que pasan, de sexo y amor, de deseos y frustraciones.
Los niños son inocentes, débiles, afeminados y epicúreos, los hombres estoicos y cobardes, víctimas de la represión de los pueriles impulsos o vicios. Sobreviven en cuerpos que con el tiempo deforman las virtudes en monotonía, hasta la decrepitud absoluta. Lamentan entonces los hombres no haber vivido como niños, haber sido esclavos de los bancos y el dinero, esclavos de las mujeres a las que amaron y perdieron, lamentan en ese momento no haber sido valientes e inconscientes como infantes. Pero también lamentan los niños la falta de prudencia que les llevó a una vida errante y desapegada. Lamentan las diferentes en las mismas sábanas, la monotonía de cuerpos trémulos y exceso de maquillaje y encaje barato.
Tanto lamentan que acaban por verse en las lágrimas del otro, mirándose a los ojos y reflejándose en un espejo de ellos mismos donde descubren que no fueron felices porque no supieron ni matar ni amar al otro cuando, aún estaban a tiempo y los motivos sobraban.
martes, noviembre 28, 2006
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1 comentario:
Me gustan tus reflexiones sobre la felicidad. Discrepo en hacer hincapié en la influencia genética sin nombrar además la fuerte influencia del entorno(mayor que la genética según estudios realizados)
Me gusta cómo piensas y escribes, y sobre todo tus últimos comentarios. Me gusta, porque pienso como tú en cosas tan importantes como éstas. No seré la niña que nunca creció. Seré la niña que creció a su tiempo. Espero que para ello nunca me tenga que mirar en tus lágrimas mientras visto de encajes baratos
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