De entre las personas que he conocido han sido las mujeres las más dadas a los pequeños placeres. Las mujeres se compran bolis de colores, post-it de colores, renuevan completamente el material escolar cada año cuando están en el colegio o en la universidad, renuevan su vestuario casi con la misma frecuencia con la que yo meto a lavar la ropa (para los que me conocéis, ¡esto es sólo una licencia literaria!) , comen gominolas y chocolate a todas horas, se dan baños con sales, se dan cremas aromatizadas tres veces al día, no se limpian las manos con servilletas, sino que usan toallitas perfumadas. En cambio la mayoría de los hombres resumen todo el placer en el sexo y encima las mujeres disfrutan, o al menos tiene la capacidad y terminaciones nerviosas para hacerlo, más que los hombres.
No, no estoy pensando en cambiarme de sexo, pero es tal vez el momento de empezar a disfrutar un poco más de las pequeñas cosas, de meter la mano en el saco de lentejas, de esperar a que el asiento del metro esté frío antes de sentarse, de tomarse un bayleis más a menudo, de sonreír más por la calle, de hacer algún regalo o autorregalo, de darse duchas con el agua bien calentita, de hacerse un ovillo bajo las sábanas frías recién entrado en la cama , de robarle un roce de manos a quien amas, de disfrazarse en los próximos carnavales o de hacerle unas pedorretas a tu sobrino (absténganse quienes tengan sobrinos que superan la treintena).
Disfruta porque como decía un amigo mientras miraba a su mujer: “la vida es muy corta, pero se te puede hacer muy larga…”.
domingo, noviembre 26, 2006
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