No os pienso decir donde he estado para que no vayáis, sé que sois buena gente, pero no quiero que nadie más vea esos parajes. He cruzado bosques misteriosos y encantados, de la neblina han surgido esquivos ciervos y astutos zorros. Las ardillas cruzaban los caminos acuciadas por los nervios y sólo paraban para echar un vistazo de refilón a los extraños viajeros.
La noche habría el telón del teatro celestial antes de las nueve de la noche y se apelotonaban las estrellas dándose codazos para salir a escena. El silencio reinaba en esos bosques nocturnos y sólo el vivo fluir del agua y algún pajarillo en busca de compañía se superponía al silencio...
Hasta que empezamos a oír tiros, ráfagas cortas, secas y claras de rifles de caza. Allí no buscaban codornices, ni perdices ni otro tipo de aves. El ciervo era la codiciada presa, pero algún zorro desprevenido podría bien caer en las manos de tan nauseabundos humanos en busca de diversión. Hordas de cazadores se disponían en cuadrillas cobardes, armados hasta los dientes y lamentándose de la escasa caza que quedaba. Serán malnacidos, han pensado acaso los miles de años de evolución que han tenido que transcurrir para que animales de ese tamaño y esa belleza lleguen a ser lo son. La lucha que han tenido que mantener con depredadores de todo tipo, la velocidad, oído y reflejos que han tenido que desarrollar para sobrevivir en zonas como nuestra península. Pero ahora poco pueden hacer contra rifles y miras telescópicas. Y se lamentan estos inútiles de que haya poca caza.

1 comentario:
Lo que hay es poco cerebro y mucha estupidez pero que se puede esperar de la gente que tiene como diversión jugar con artefactos que matan, nunca he entendido que entretenimiento y satisfacción encierra la caza...
Saludos
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