La familia decidió que yo tenía que hacerme cargo del asunto. Nadie habló conmigo hasta que me comentaron lo delicado de la situación. No hubo preguntas. Tenía que acompañarla, llevarla a su casa y recoger el dinero. No parecía demasiado complicado, una misión más, de guardería. Esta vez no habría contratiempos. No tenía por qué haberlos. MJ lo había pasado mal. Desde la ruptura con su ex, se sucedieron los problemas. Lo típico, amenazas, gritos, azúcar en el depósito de combustible y ese tipo de putadas comunes entre amantes despechados. Ahora, sin embargo, la cosa se ponía un poco más seria, entretenida, como decimos en el oficio. Estaba el tema del dinero. Parece que MJ había ido reuniendo pequeñas cantidades que fueron finalmente descubiertas. Tendría que recogerlas en los próximos días si no quería perderlas. Habría que entrar de nuevo en la casa y recurrió a nosotros, tampoco había demasiadas opciones.
Despuntaba el alba en la estación del Norte. Cargamos la mochila en el tren. Los asientos no eran incómodos, aunque había mucha gente. No me gustan las aglomeraciones. Demasiados imprevistos, variables y aumento del riesgo. Elegí pasillo. Gajes del oficio. La ventana es golosa para francotiradores.
El tren comenzó su suave arranque convirtiendo las personas de la estación en sombras. Ir en un tren como éste se parecía a montar sobre una bala. Me veía cortando el aire con un silbido seco, preciso, cortante.
MJ estaba sentada enfrente de mi. No habíamos cruzado una palabra tras la presentación inicial. Intercambiamos entonces nuestros nombres y desde entonces únicamente yo he hablado. Dando pequeñas órdenes, como dónde colocarse, cómo cambiar de vestuario, color de pelo y gafas durante estos días. Nunca hubo respuesta por su parte. Simplemente ejecutó las órdenes.
Resultaba agradable mirarla, tenía cierto atractivo. Supongo que me recordaba a alguien. Pasaba los treinta. La piel morena y tersa. Sin lunares, sin pecas ni manchas en la piel. No había tatuajes ni señas indicativas. Eso ayudaría cuando fuese necesario para ella pasar desapercibida. Tenía, tal vez, la mandíbula demasiado ancha para mi gusto y los ojos muy negros. Siempre me han intrigado los ojos azabache, parecen esconder algo antiguo y cruel en su interior. Su complexión era atlética, podría correr en caso de que fuese necesario, y sus silencios, largos y enigmáticos.
Tres horas y media de viaje tranquilo. Sólo un pequeño imprevisto a mitad de camino al reconocer a un colega del gremio. Su sorpresa me indicó que hoy no me buscaba ni a mi ni a mi protegida, aunque no me resultaba cómodo que descubriese que estaba en mi misión. Cuanta menos información se comparta, mejor. Por supuesto no cruzamos palabra alguna. Un leve movimiento de ceja fue suficiente para ambos.
La estación de destino estaba tranquila. Podían distinguirse apenas cinco personas. Una madre con dos niños y dos operarios de la estación. No fuimos los únicos en bajar, pero todo el mundo pareció desaparecer a los pocos segundos de llegar. El tren partió inmediatamente. Más valía no dejarse el móvil en el asiento.
Me gustaba este sitio. Podías escuchar tus pasos al caminar, había varias salidas y espacios amplios. Las posibilidades de huída eran muchas en caso de encontrar complicaciones y si había fuego cruzado siempre quedaban las vías del tren. Se podían conseguir armas extra en la oficina de seguridad de la estación y el hecho de que fuese verano y el calor imperante ayudaba a distinguir los posibles hombres armados. Por supuesto, nada de eso fue necesario, pero saberlo da cierta seguridad.
No íbamos a perder el tiempo. Tomamos un taxi hasta su casa. Un edificio bastante reciente a las afueras de la ciudad. Eran las doce de la mañana y todo estaba muy tranquilo. Unos niños jugaban en un pequeño parque junto al edificio. Un joven con dos pendientes paseaba un perro, un labrador que buscaba la sombra desesperadamente.
Por fin abrió la boca, dijo que prefería no subir, que el dinero estaba en un doble techo del armario del cuarto de invitados. Ella me esperaría aquí. Desde luego no eran esas las instrucciones. Tenía que protegerla y recuperar la pasta. Así que le dije que de eso nada, que subía conmigo. Era importante tenerla siempre a la vista.
La cerradura dio dos vueltas mientras el acero se desplazaba saliendo del marco de la puerta. No se oía nada detrás. Desenfundé mi SW1911 con empuñadura de madera. Patada a la madera, vistazo rápido y... nada. Entré poco a poco. Ella permaneció en el umbral de la puerta. Me dirigí rápida pero cuidadosamente a la habitación de invitados, junto al retrete. Oí entonces un chasquido en la madera y la puerta principal cerrarse. Se había ido. Esto olía muy mal. Temí lo peor y salté a la bañera del baño contiguo. La boca abierta, los brazos en la cabeza y boooom. Todo saltó por los aires. El falso techo se vino abajo, los cristales reventaron y todas las alarmas supongo que se dispararon. Aturdido aún por la detonación, no podía oír nada. Me toqué los oídos, me dolían horriblemente pero no sangraba, afortunadamente. Levanté con mis piernas el armario que se había venido encima. Había mucho humo y era importante salir de allí cuanto antes. El pánico se había apoderado del edificio y los vecinos corrían despavoridos hacia la salida. Había sido una bomba de escasa potencia dado que yo seguía vivo y parece que no querían demoler el edificio. Iban sólo a por mi y no me interesaba ser reconocido vivo en ese escenario. Alguien se había tomado muchas molestias en liquidarme y más me valía que creyese que estaba muerto. Llegué hasta el garaje y me desplacé por el sótano del edificio hasta llegar a otro portal que diese al lado opuesto de la manzana. No podía dejar de toser debido al humo inhalado y los oídos no dejaban de pitarme. También allí había vecinos junto al edificio, que me miraban horrorizados mientras pedían una ambulancia y parecían decirme si me encontraba bien. Aún no podía oír nada.
Pero no tuve suerte al salir. Pude ver claramente a MJ sentada en un coche, aire tranquilo y acompañada de cuatro hombres. Y ellos me vieron a mi. Toqué mi SW pero había demasiada gente. ¡Maldita mosquita muerta! ¡Te iba a sacar ahora las palabras a cañonazos, joder! Volví al garaje y busqué otra salida al azar. La persecución estaba servida y había que seguir el protocolo habitual: ganar segundos con cada decisión, con cada movimiento había que recortarles el espacio. Primero inutilizar su vehículo y posteriormente a cada individuo, si fuese posible. El edificio era ancho y tenía todavía unos segundos antes de que llegase la policía. Ellos sabían que yo no había muerto. Dos preguntas estaban ya en el aire. ¿Quién coño eran? ¿Por qué me querían matar? Con la primera se respondería la segunda inmediatamente. No me faltaban amistades. Pero ahora lo acuciante era salir de allí. Busqué otro portal, miré entre el barullo que se aglutinaba en el parquecillo cercano y salí corriendo. Las calles eran muy anchas, había pocos lugares donde esconderse, pero allí no me podía quedar si no quería acabar a la sombra una temporada. Gané unos metros al coche que me seguía. Lo justo para saltar la valla de una urbanización cercana. Tres hombres salieron del coche y comenzaron a correr. Eran corpulentos y por su forma de moverse eran profesionales, probablemente ex militares. Europa del este casi sin duda. El cuarto conducía el coche, un A4 negro que se alejó con MJ. No dejé de correr durante varios kilómetros, intentando doblar cuantas esquinas pude para no habilitar una línea de tiro clara. Nos acercábamos al centro de la ciudad. A lo lejos se oían sirenas, que se acercaban al lugar de la explosión. Doblé la calle J. Bourne, el sudor empapaba ya todo mi cuerpo. Encontré por fin alguien que entraba en un portal a mi paso. Era un hombre joven, con el periódico bajo el brazo y una bolsa de la compra en la otra mano. Lo empujé hacia dentro y lo tiré en medio del portal. El más pequeño de los tres fue el primero en llegar. Le apuntó con el cañón de su pistola y le obligó a abrir la puerta. Yo había ganado, mientras tanto, otros 10 segundos... que se quedarían en nada si no encontraba una salida de este lugar. Llegué al primero. Una patada, dos. En la tercera cedió la puerta. Una vieja atemorizada se escondía en el salón. Busqué la ventana del lado opuesto. Me descolgué y salté. Salí corriendo a la farmacia de enfrente. Los farmacéuticos tienen la costumbre de vivir sobre la farmacia. Habitualmente hay acceso directo. Entré en la rebotica sin mediar palabra. Rompí un par de estanterías para asegurarme de que llamaban a la policía. Hubo suerte. La puerta estaba al fondo y con la llave puesta. Me daba acceso a la vivienda. La farmacia se ubicaba en un bloque enorme de edificios que completaba una manzana. Esta vez salí por la puerta de su casa y subí hacia la azotea. La persecución estaba llamando la atención. Empecé a oír sirenas. Esto me daría algún tiempo extra. No podrían hacer tanto ruido en la persecución a no ser que fuesen de la secreta, y no parecía el caso. Desde la azotea crucé toda la manzana, reventé la puerta de descenso al edificio y cogí tranquilamente el ascensor. Había ganado mucho tiempo, pero aún no estaba hecho. Puede que encontrarlos en el portal de salida donde estalló la bomba no fuese una coincidencia. Me quité la ropa. Podría tener localizadores. Tendrían que estar en la ropa. No podrían ser implantes ni ingeridos. No me había quedado dormido en el tren, no había bebido ni comido nada y no había pasado por un médico desde hacía un año; desde aquel otro tiro que me rozó el hombro. Paré en el primero. Llamé a la puerta. Cuando un tío barrigudo, con barba de dos días en camiseta de tirantes y calzoncillos abrió, di una patada a la puerta. Habría costado más convencerlo de que me dejase pasar y cediese su ropa. Cerré la puerta y juntos esperamos que sucediesen acontecimientos. Llegaron los tres hombres armados al ascensor. Revisaron la ropa y juraron en una lengua eslava. Miraron por el pasillo, pero no se decidieron a tirar ninguna puerta abajo debido a lo cercano de las sirenas. Además, podía estar ya muy lejos de ese edificio.
No fue hasta unas semanas después que encontré la primera pista hacia el paradero de MJ y la identidad de sus nuevos amigos...
6 comentarios:
¡Qué intríngulis!
Para mí que le quieren matar porque debe pasta.
¡¡¡No me fastides!!!¿Me vas a dejar así?
...yo también elijo pasillo...
¿Sabes que no te sale nada mal?
;-)
Seguro que debe pasta, Jezabel, pero como tu no quieres darle un desenlace mejor a la historia del bus, me temo que yo tampoco, je, je.
e, supongo que dejarlo así es una especie de gatillazo literario, pero armar una trama real es muy costoso :-(
No, no puede ser una cosa tan simple como una deuda, el dinero es algo demasiado prosaico...este guión tiene que dar un giro...una mézcla entre Shyamalan y Tarantino, sí por ahí podría ir la historia
:P
...me tienes intrigada...
boah estoy sin aliento hombre.....
a ver lo que pasa a ver lo que pasa...
armala poco a poco igual te sorprendrerás.... :)
Oye esto no es un sueño es un coma
:P
Publicar un comentario