jueves, agosto 23, 2007

Sueño de una noche de verano II

Tuve que apretar unas cuantas clavijas para dar con información útil sobre el asunto. Un chico joven, amigo de la familia y perteneciente a la policía, me puso en la buena dirección. Al parecer un grupo de serbios, ex militares, estaban haciendo sus correrías por la ciudad.

Este dato no me dejaba especialmente tranquilo. Hace tiempo, tuvimos un pequeño escarceo con la mafia eslava y algunos de sus chicos acabaron en una fosa a tres metros bajo tierra. Hay quien se toma muy mal este tipo de desencuentros.

Seguramente MJ tenía algún problema de dinero y acudió a ellos, que obviamente convinieron en eliminar su deuda a cambio de un poco de colaboración.

En el mundo en que vivo el principal valor es la lealtad. Si traicionas a alguien, nadie te respetará. Eso le sucedió a MJ. Después de quemarla, no les servía de nada, así que se deshicieron de ella. La encontraron en una cuneta con un tiro en la frente.

La emoción que me provocaba este trabajo hace unos años estaba dejando paso rápidamente a una náusea desagradable. Cada vez me costaba más conciliar el sueño. No se debía a la conciencia, ni se me aparecía ninguno de los que había enviado al otro barrio. Simplemente me había ido ganando enemigos cada día. Entraba dentro del trato, ganabas mucho dinero. Es mejor no pensarlo demasiado. Pero la gente se lo toma como algo personal. Llevan muy mal la desaparición de parientes o amigos. Mucho me temo que este era el caso.

Los eslavos habían entrado con fuerza en la ciudad, inundando las calles con su mercancía y su ley. Las familias asentadas allí desde hacía años habían tenido que plegarse a las exigencias de los nuevos, que empleaban una violencia descomunal en esta zona. Esto creó un resentimiento brutal, y nos llamaron a nosotros. Tuvimos que hacer un par de trabajos para equilibrar las fuerzas. Eliminamos a algunos de los jefes y se restableció un orden diferente. No era nuestra guerra. Hicimos el trabajo, no liquidamos a nadie fuera del trato y nos fuimos. Nada personal. Cero problemas. Esa es la regla.

Pero como de costumbre, alguien no se lo ha tomado con tanta deportividad y ahora quieren cobrarse su impuesto. Parece que conmigo les valdría. El otro día tuve suerte. Unos gramos más de plástico y la planta entera podría haber saltado por los aires. Quien lo hizo, no pretendía matar a las familias que vivían allí. Sólo yo estaba en el encargo, pero falló. Dos días después encontraron un especialista en explosivos en una ribera del río con cuatro tiros no mortales. Era la típica forma de humillar hasta la muerte a quienes fracasaban. Cuatro tiros en las extremidades les impedían nadar. Nadie lograba mantenerse a flote durante más de un minuto. La muerte se producía por ahogo, normalmente entre las risas de algunos cavernícolas típicamente crueles y estúpidos.

Lo cierto es que ahora me tocaba el turno a mí. Ellos no se iban a quedar parados y estarían atentos en busca de nuevas oportunidades, así que no me quedaba otro remedio que actuar rápido. La operación debía comenzar ya.

Unos amigos me consiguieron todo lo necesario. Tenía información acerca de donde solían estar y un almacén donde guardaban algunas armas. Mi contacto de la policía me pasó un archivo con las huellas dactilares del jefe, un serbio llamado Mackiek. Se estaba haciendo famoso últimamente y había sido detenido y soltado sin cargos unas cuantas veces por falta de pruebas.

Mis fuentes me informaron de un cargamento de hachis, procedente del sur y que llegaría por la nacional, evitando autopistas.

No tenía demasiada ayuda. De hecho estaba sólo. Iba a ser divertido.

Lancé un rastreador adhesivo a la bañera del camión y me alejé de él lo suficiente para no llamar la atención. Unos dos kilómetros que me permitirían acercarme en menos de 60 segundos por aquellas carreteras cuando fuese necesario. Tuvieron que pasar más de 500 kilómetros hasta que se detuvo en una gasolinera solitaria en un pueblo de montaña. En el camión iban dos personas. El conductor paró a repostar y el acompañante se quedó dentro de la cabina. Seguramente iba dormido. La ventana estaba abierta, así que no me costó mucho dormirlo con una pequeña inyección de xilocaína en el cuello. Me quedé dentro de la cabina esperando que llegase el conductor. No percibió nada raro. Hizo algún comentario que no entendí mientras yo permanecía oculto tras los cortinas que tapaban la cama del camión. Arrancamos lentamente y a unos pocos kilómetros, en una zona de carretera ancha hice chascar mi revolver junto a su oreja. Entendió perfectamente su situación, así que no hizo falta decir más. Detuvo el camión con suavidad y lo sedé también. Até fuertemente al conductor y lo introduje junto a la mercancía: unos preciosos muebles rellenos de polvo blanco en el conglomerado. La extracción no suele ser sencilla y deja restos químicos, pero con el corte y la mezcla se disimulan convenientemente. Al acompañante lo dejé durmiendo y maniatado con una nueva dosis en el asiento. Tendría sueño durante las próximas 6 horas, más que suficiente.

Me puse la ropa del conductor y seguí camino. Sólo quedaban 200 kilómetros, que se hicieron bastante cortos, repasando los detalles del plan y planteando posibles variaciones o imprevistos. Todo debe estar mecanizado para que funcione rápido. Las llamadas al instinto te suelen meter en más problemas.

Llamé desde un móvil nuevo de tarjeta diciendo que el camión había sido redirigido. Los de la banda del chino se pusieron un tanto nerviosos, a juzgar por el intenso flujo de exabruptos que alcancé a oír. ¡Hay que joderse, qué malas pulgas!

Llegué al almacén de los serbios. Llamé a mi contacto de la policía, apreté el acelerador, me ajusté el cinturón e irrumpí en el almacén tirando la puerta abajo.

En ese momento, los cuatro operarios que charlaban apaciblemente en el interior de la nave se tiraron al suelo como quien prevé una bomba. La puerta cayó sobre unos de ellos dejándolo completamente KO.

Me quité el cinturón y salí por el lado seguro. Uno de los esbirros cogió un teléfono para hacer una llamada, mientras sus compañeros empuñaban, ahora sí, sus armas. Todavía se percibía su cara de estupefacción y de descontrol. Ese tiempo me vino muy bien para buscar la salida que no tardé en encontrar. Corrí hacia un monte cercano cuando escuché dos coches llegar a gran velocidad. Eran los de la banda del chino que se detuvieron de un frenazo detrás del camión y sin mediar palabra empezaron a soltar metralla contra la nave. Apenas recibieron contestación, no hubo fuego cruzado. Tan sólo leves ráfagas. Obviamente los tres eslavos no estaban para fiestas.

Pronto llegaron las primeras sirenas y aunque el tiroteo se alargó durante unos minutos, fue una mera farsa. No hubo gran resistencia.

Siete hombres de la banda del chino cayeron aquel día. Pero el camión estaba en dependencias de los eslavos. Alguno de ellos cantó y empapelaron al jefe con el camión.

Eso me daba una leve ventaja. Tendría unos meses de calma, hasta que se reorganizasen. Con un poco de suerte, quien tomase ahora la cabeza preferiría eliminar al anterior jefe encarcelado, por aquello de reducir riesgos. Eso solucionaría mi problema durante un periodo mayor.

Eran las 6:00 y amanecía tras la montaña. Llegué a mi hotel aún con la adrenalina fluyendo en mis venas. Bebí en una fuente pública, para evitar problemas. El ruido de los coches circulando por la carretera apenas me permitía oír mis propios pensamientos. Eso era lo mejor que me podía pasar. Atranqué la puerta con la silla, rompí la bombilla y la esparcí delante de la ventana en la parte de atrás y dormí plácidamente… durante los primeros 15 minutos.

3 comentarios:

e-catarsis dijo...

Bueno querido creo que no debe preocuparme demasiado tu preudo-coma ;-)
Sigue interesante la historia pero ya sabes lo que ocurre con esto...quiero más ( lo sé soy lo peor...)
Una cosa que no acabo de entender ¿por qué rompe la bombilla?, si crees que puedes responderme sin destripar nada me lo cuentas si no...espero paciente la próxima entrega
....esto ya no tiene "marcha atrás"...
;-)

alter ego dijo...

Hola e, lo de la bombilla es un viejo truco del negocio. Los cristales en el suelo crujen de forma estridente cuando alguien los pisa y son una buena señal de alarma.
Sin embargo, daré por concluida esta historia, pues únicamente empezó como un sueño de una noche de verano y ahí debe permanecer.
Un saludo

e-catarsis dijo...

La verdad es que me lo temía, pero por intentarlo (yo)...
Es lógico un post es una cosa y aventurarse en una historia de este tipo otra muy distinta aunque...que sepas que no se te da nada mal
;-)