lunes, julio 02, 2007

Escena estival

Pasaban las 11 de la noche, era sábado. Las terrazas a reventar y el bullicio propio de los fines de semana de verano: sin playa, sin vacaciones y con hipoteca. Los padres se sientan animosos en conversaciones vacuas con parejas amigas o vecinas, mirando de reojillo a la mesa de al lado, las tapas del vecino y las faldas de las adolescentes que salen de juerga. Unos con mirada sorprendida, otros con gesto displicente y casi todos criticando.

Mientras tanto los pequeños juegan y corretean por la plaza aledaña. La fuente es un polo de poderosa atracción. El agua, el peligro, el resto de niños allí congregados.

La escena me llamó la atención. La fuente estaba vallada, pero era sencillo pasar ese pequeño obstáculo. Un niño se encontraba en la fuente, dentro, sobre un escalón sin pisar el agua. El resto de niños, sobre todo niñas, rodeaban la fuente y lo jaleaban y arengaban para que se metiese en el agua. Todos vestían ropa de boda, el tiempo apremiaba porque las madres, hastiadas ya del dolor de los tacones, de meter barriga y de ver cómo el marido se pasa todo el maldito rato embelesado con la camarera, llegarían con un furioso “Mira como te has puesto de mierda”, o “Para eso me preocupo yo de lavarte la ropa”.

En el fondo todos los niños sabían que debían darse prisa, el que estaba en la fuente porque ya podía oír a sus padres exhortándole para que abandonase el recinto, las niñas de la valla para demostrar que podían manejar al niño y los más pequeños porque estaban contagiados del ambiente imperante. Las niñas gritaban, “No decías que te ibas a meter” y el niño dudaba. Dudaba porque se había hecho el valiente entrando allí, quería impresionar a todas esas chicas, demostrar que él era más, el que se atreve con todo, el rey de la fiesta. Pero tenía miedo a su madre, otra chica, pero no como las demás. Siempre hay una que no es como las demás, esa que tiene una cuota mayor de audiencia. Y en ese momento se sintió doblegado por la responsabilidad, ni p’alante ni p’atrás. El chaval estaba quieto, inmóvil, inerme y así permaneció durante el tiempo suficiente como para que todas esas niñas empezaran a odiar a la futura suegra, fuese cual fuese, porque no les permitiría controlar definitivamente a ese hombre.


7 comentarios:

Inés Perada dijo...

Acabamos de averiguar el origen de ese disgusto visceral que nos producen las suegras...

Y todas no manipulamos, solo un 90%, pero ¿y las que somos del 10% restante que?

Salud

Joan dijo...

Reduciría ese 10% a un 1%, siendo éste compuesto por niñas menores de 3 años o que sean mudas o similar.

alter ego dijo...

Inés, será que no podéis, je, je. En el fondo siempre hay una lucha de poder en toda relación. A veces más explícita y otras más sibilina, pero siempre interesante. Veo, de todas formas, que te encuentras siempre entre los casos "raros" en todas las estadísticas que me invento en mis posts. Interesante.

Joan, no creo, una niña muda y de tres es capaz de volver loco... principalmente a su padre, que se desgañita porque repita "PAPA"

Joan dijo...

Jajajaa!! cierto, alter. Luego leo el otro post, ahora el jefe merodea por mis dominios...

Inés Perada dijo...

Si, si...soy un bicho raro...A mi provecta edad, como sabes, las mujeres están criando hijos y hablando de trapitos y colegios, además de maquinando contra el marido en la cafetería del cortinglés. Y la suegra.

Y yo ya me ves, saliéndome de todas las estadísticas y leyendo blogs de veinteañeros.
No sabes lo duro que es ir contracorriente...jeje.

Joan, como yo también tengo 3 años (y más) me doy por aludida en ese 1% que propones.
Por cierto, igual tiene que ver que mi compañero de vida no se deja manejar ni a tiros...no manejas a quien quieres sino a quien puedes...

Salud.

Jezabel dijo...

Como le dije una vez a mi novio: Yo domino a la parte que te gobierna.

Joan dijo...

El dominio femenino es algo muy evidente pero que sólo se hace explícito pocas veces, es una de las tácticas para continuar con el reinado. Se ejecuta en segundo plano, es sibilino, así el hombre cree que tiene el poder, cuando en realidad, no tiene nada.

¡Saludos de un dominado!