No se puede decir que sea la mejor película del año. Por momentos, de la pantalla parecía que iba a saltar Curro Jiménez con Algarrobo. En otras escenas, la fotografía inspiraba a Verano Azul. El Capitán Alatriste va a tantos sitios, lucha en tantas batallas y está metido en tantos problemas de la época que a más de uno le recordará a Forrest Gump. Los personajes hablaban exactamente igual que en la actualidad y apenas hemos aprendido expresiones del siglo XVII, nuestro Siglo de Oro. Hasta aquí mis críticas, porque el XVII me apasiona. España, en el comienzo visible del fin del Imperio pierde batallas en Flandes y Francia. Los malditos ingleses, piratas financiados por la corona británica, arrasan los galeones que no se hunden en tempestades del mar del Caribe. La España del oscuro Góngora, del espadachín Quevedo y del mujeriego Lope de Vega está llena de hombres violentos y de honor, de pordioseros y de nobles de medio pelo. Un rey alelado e idiota, desgastado por la sangre y controlado por su privado. Fuimos el Imperio más grande que ha habido en la Tierra y se nos vino abajo más rápido que cualquier otro hasta entonces, quizás porque como dice Reverte: “Somos un país de gilipollas gobernado desde hace siglos por mediocres, analfabetos y acomplejados”.
La película refleja esta España bastante bien, entre paseos por las estrechas callejuelas, duelos, batallas, tiranos y putas de distinto caché, vemos los lugares y los personajes más importantes de la época. Nos movemos al ritmo del Capitán, que “no era el hombre más honesto ni el más piadoso, pero era un hombre valiente” que luchó con honor porque era lo único que sabía hacer y porque pensaba que era lo que tenía que hacer. Aquella sociedad tenía otras reglas y han pasado ya cuatro siglos, pero muchos de los abuelos de nuestros abuelos defendieron a sangre y fuego un ideal y una bandera sobre la que hoy, por desgracia, escupimos.
martes, septiembre 19, 2006
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario